La literatura como conciencia crítica del derecho
En el ejercicio del derecho, donde la norma se convierte en instrumento de orden y la jurisprudencia en guía de interpretación, la literatura aparece como una voz que no dicta sentencia, pero sí interroga el alma de la justicia. No es casual que los grandes juristas hayan sido también lectores apasionados, escritores reflexivos, y en ocasiones, poetas del razonamiento jurídico.
La literatura, en su esencia, es una forma de justicia simbólica. Nos permite comprender el dolor humano, la complejidad del conflicto, y la ambigüedad moral que subyace en cada decisión judicial. En ella, el derecho deja de ser un conjunto de reglas y se transforma en relato, en experiencia, en dilema ético.
Como jurista y docente, he sostenido que el derecho no puede ser enseñado ni practicado sin una dimensión cultural. La literatura nos ofrece esa dimensión. Nos enseña que detrás de cada expediente hay una historia que merece ser escuchada, que cada norma tiene un contexto, y que la justicia no es solo técnica, sino también sensibilidad.
En mis obras, como Normas que Rigen una Correcta Aplicación de Justicia o Máximas de la Sala de Casación Penal, he procurado no solo sistematizar criterios, sino también invitar a la reflexión sobre el sentido profundo de la justicia. Porque el juez que no lee literatura corre el riesgo de aplicar la ley sin alma, de convertir el proceso en trámite, y la sentencia en castigo sin redención.
La literatura nos recuerda que el derecho debe ser justo, pero también humano. Que la equidad no se encuentra solo en el código, sino en la capacidad de comprender al otro. Que la ley, sin compasión, puede ser legal pero no legítima.
Por eso, reivindico la lectura como parte del oficio jurídico. Leer a Borges, a Camus, a Rulfo, es también leer la condición humana. Y quien comprende al ser humano, comprende mejor el derecho.
La justicia necesita de la literatura como el cuerpo necesita del alma. No para sustituir la norma, sino para darle sentido. Porque en el fondo, todo acto jurídico es también un acto narrativo. Y toda sentencia, una historia que merece ser contada con verdad, con ética, y con belleza.
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